El ideal escéptico

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Poco antes del año 300 a.C, Pirrón de Elis fundó en su ciudad natal una escuela filosófica, cuyo espíritu inspiró a otras escuelas y perduró a lo largo de la antigüedad: el escepticismo. Cicerón a medio camino entre el estoico y el escéptico, nos ha legado páginas interesantes sobre el escepticismo.

El escepticismo enseñaba que los humanos no podemos conocer cómo son las cosas en sí mismas. Solo podemos conocer las cosas relativamente a nosotros, a nuestras circunstancias y a nuestro sistema sensorial. Es decir, solo conocemos las representaciones de las cosas, cómo las cosas se nos aparecen. No puedo decir que la miel es dulce, pero he de admitir que me parece dulce. Y también cabe, que una misma cosa parezca distinta a distintas personas. Lo mismo sucede en la esfera práctica. Ninguna costumbre es buena o mala, ninguna conducta es justa o injusta.

El escepticismo invitaba a no formular juicio alguno sobre cómo son las cosas. Esta suspensión del juicio, nos lleva a la tranquilidad anímica en que consiste la felicidad. Pero algo hemos de hacer. ¿Cómo vivir? Los escépticos recomiendan seguir las costumbres y las leyes del lugar donde vivimos, no porque sean las mejores y las más justas, sino porque, aceptando que no hay verdad absoluta o que, habiéndola, es inaccesible la aceptación sin preocupaciones de las convenciones imperantes nos da la calma espiritual que es propia de la felicidad a que aspiramos.

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