El ideal estoico

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Hacia el año 300 a.C Zenón de Cito empezó sus enseñanzas en Atenas, en el ágora, bajo unos pórticos pintados. Nacía así unas de las escuelas filosóficas más influyentes y duraderas de la antigüedad: el estoicismo.

Los estoicos enseñaban que la virtud es la única cosa buena en la vida y nos proporciona paz espiritual, buen ánimo y felicidad. La virtud es vivir conforme a la naturaleza. Consiste en adecuar la acción humana a la ley de la naturaleza, identifica por los estoicos con la divinidad providente.
Conocer, es aceptar conscientemente y vivir de acuerdo con este orden cósmico nos hace virtuosos. El sabio estoico acepta con resignación lo que ha de suceder y no puede cambiar. Sabe también que lo que sí puede cambiar es su actitud interior y en ello cifra sus esfuerzos.

Las virtudes cardinales son la prudencia, la fortaleza, el autodominio, y la justicia, pero en realidad van todas juntas. El que posee la virtud, el sabio, la posee perfectamente y para siempre. El sabio estoico es más un ideal que en una realidad, pues pocos hombres, si es que alguno, alcanzan a vivir virtuosamente.

Siendo la virtud la única cosa buena, todo lo demás o bien es malo, como los vicios o las pasiones, que nos impiden alcanzar la virtud, o bien es indiferente, como el resto de las cosas, sean la riqueza o la pobreza, la vida o la muerte, la fama o la infamia. No podemos cambiar el destino, pero sí evitar las emociones, alejando el miedo, la tristeza, el dolor o el deseo. Esta es la grandeza del sabio estoico: no verse afectado por nada externo y ser totalmente dueño de sí. El sabio no sufre frustraciones, porque ni espera ni desea demasiado; acepta las desgracias porque sabe que pueden suceder; de la bienvenida de la muerte, porque sabe que ni la angustia ni el miedo evitarán que suceda lo que nos angustia o lo que tememos.

Los estoicos también defendieron una fraternidad universal que rebasara sexos, clases sociales, naciones, razas, e incluso la distinción entre libres y esclavos.
El sabio estoico, que ya no es ciudadano de tal o cual patria, sino ciudadano del mundo, siente benevolencia y compasión por sus hermanos humanos y promueve una cosmópolis que sea el reflejo social del orden racional del universo.

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